(El Libro de los Médiums, Allan Kardec, ítem 340.)
Interesados en proseguir usufructuando de los vicios y de lo que consideran placeres, gran multitud de Espíritus todo hacen para impedir cualquier esfuerzo que busque liberar al ser humano de la inferioridad.
A través de los encarnados, tienen esos Espíritus posibilidades de sustentar el intercambio de energías desequilibrantes. Por eso, luchan por mantener las posiciones conquistadas junto a los hombres, como también se empeñan en impedirles la renovación para el bien.
Bajo ese aspecto, toda y cualquier actividad noble que tenga por objetivo librar a las criaturas humanas del yugo de las pasiones inferiores será objeto de sus envestidas, a fin de proporcionarle el desenvolvimiento. Natural es pues, que los Grupos Espíritas que lidian directamente con esos hermanos desencarnados sean blanco de su asedio, que se muestra especialmente intenso.
Todos nosotros, luchadores de la desobsesión, no ignoramos que somos vigilados atentamente por los obsesores. Al unirnos a algún caso de obsesión, automáticamente pasamos a recibir las vibraciones negativas de los perseguidores invisibles, que están actuando en el área bajo nuestro interés. Somos así investigados, analizados, acompañados. Meticulosamente examinados, ellos evalúan nuestra posición espiritual, la sinceridad de nuestros propósitos, la perseverancia en el bien, el esfuerzo que estamos empleando para mejorar y, está claro, las brechas que presentamos. Nuestros fallos y deficiencias son observados y aprovechados por ellos. Tienen incluso la intención declarada de sacarnos del camino, empleando, para alcanzar tal intento, todas las armas de que disponen.
Si estuviésemos invigilantes, descuidados, ofreciéndoles campo a las mentes desequilibradas que se acercan a nosotros y, encontrando desguarnecidas de nuestras defensas, tendrán posibilidades concretas de conseguir nuestro alejamiento y de regocijándose con nuestra caída.
Muchos son los medios usados por los obsesores, casi todos ellos bastante estudiados, pues ya sabemos que su acción es organizada. Usan de varias técnicas, induciendo en los integrantes de los grupos las ideas que elaboran. Usan, por ejemplo, la idea del comodismo para apartar a las personas de las reuniones, generando argumentos del tipo; "las reuniones son buenas, pero hoy yo no voy porque trabajé mucho"; "yo ya produje mucho en las reuniones, por esto faltar hoy no hace mal"; "yo soy muy asiduo, todo el mundo falta, menos yo"; "estoy cansado, voy a orar en la casa, hace el mismo efecto", etc.
Procuran diseminar la desconfianza entre los participantes, dando origen a pensamientos de este orden; ¿será que hablaron esto para mí?"; "pienso que están insatisfechos conmigo"; "creo que no confían en mí mediumnidad", etc.
Son muchos, como es fácil de imaginar, los recursos empleados, resaltando también las maniobras en el sentido de agudizar el amor propio, la susceptibilidad, el personalismo, el apego a los puntos de vista personales, la vanidad y toda la cohorte de deficiencias que avasallan al ser humano.
La acción de esos obsesores, lógicamente, no queda circunscrita a los grupos mediúmnicos. Ella se extiende en busca de terreno fértil y lo que fue dicho para las reuniones vale igualmente para todo el movimiento espírita.
Esa es la razón por la cual los Benefactores Espirituales no se cansan de alertarnos, reiterando cada día los apelos a nuestra reforma íntima. La mayoría de nosotros aun somos bastante teóricos, sabiendo de memoria páginas, citaciones, libros, pero consiguiendo poco vivir las enseñanzas adquiridas.
Los perseguidores son conscientes de eso. Saben perfectamente como nos resulta difícil vencer las pasiones que nos esclavizan, sobre todo en las circunstancias del día a día. Es a través de esas pequeñas brechas que intentan debilitar nuestras disposiciones más nobles.
Y, cuando sintonizamos en fajas inferiores, envueltos por esas vibraciones, tropezamos con los problemas de que otros compañeros son portadores, dejando que nuestra inferioridad contumaz asome, surgiendo, en consecuencia, los roces, las riñas, las divergencias difíciles de ser superadas.
No estamos queriendo decir que no deba haber divergencias. Estas son normales, lo que deseamos aclarar es que debemos vencer el apego a los puntos de vista y opiniones personales, los celos y las idiosincrasias que perturban el entendimiento, la fraternidad, la unión. Y no tengamos dudas: de eso se aprovechan los obsesores para fomentar la cizaña.
Es admirable, bajo todos los aspectos, la presciencia de Kardec a ese respecto. Profundo conocedor del alma humana, nos legó preciosas advertencias a las cuales deberíamos estar atentos y, sobre todo, siempre predispuestos a atenderlas. Es de lo que trata el magistral capítulo 29 de "El Libro de los Médiums" - que por si sólo es una base de enseñanzas tan oportunas y actualísimas que se diría haber sido escritas en los días de hoy.
Nuestra preocupación, pues, debe ser la de sentir y vivir las enseñanzas de la Doctrina Espírita, y si alguna competición haya de existir entre nosotros "que no deberá ser sino la de hacer cada uno mayor suma de bien". (Ob. Cit., ítem 349.)
Jorge Berrio Bustillo
Presidente
www.juanadeangeliscartagena.
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