Libro de los Espíritus - Allan Kardec
CAPÍTULO XII - PERFECCIÓN MORAL
I.- Las virtudes y los vicios
893. ¿Cuál es la más meritoria de todas las virtudes?
- Todas las virtudes poseen su mérito, porque todas son indicios de
progreso en la senda del bien. Hay virtud cada vez que existe una
resistencia voluntaria a las solicitaciones de las malas tendencias.
Pero lo sublime de la virtud consiste en el sacrificio del interés
personal por el bien del prójimo, sin abrigar segundas intenciones. La
más meritoria de ellas es la que se basa en la más desinteresada
caridad.
894. Hay personas que hacen el bien por un impulso
espontáneo, sin que deban vencer en sí ningún sentimiento opuesto.
¿Poseen tanto mérito como aquellas otras que tienen que luchar contra su
propia naturaleza y la derrotan?
- Los que no deben luchar es
porque en ellos se ha operado ya el progreso. Lucharon antaño y
triunfaron. Por eso, los buenos sentimientos no les cuestan esfuerzo y
sus acciones se les ocurren muy sencillas: para ellos el bien ha llegado
a constituir un hábito. Debemos, pues, honrarlos como a viejos
guerreros que conquistaron sus laureles.
Como vosotros estáis
todavía lejos de la perfección, esos ejemplos os asombran por el
contraste que presentan, y los admiráis tanto más cuanto más raros son.
Pero sabed bien que en los mundos más evolucionados que el vuestro es
regla aquello mismo que entre vosotros constituye una excepción. El
sentimiento del bien es en todas partes espontáneo, porque tales mundos
sólo están habitados por buenos Espíritus y una única intención mala
sería allí una excepción monstruosa. He ahí por qué son dichosos los
hombres en esos mundos. Lo mismo acontecerá en la Tierra cuando el
género humano se haya transformado y cuando comprenda y practique la
caridad en su verdadera significación.El Libro de los Espíritus 386
895. Dejando a un lado los defectos y los vicios sobre los cuales nadie
podría engañarse, ¿cuál es el signo más característico de la
imperfección?
- El interés personal. Las cualidades morales
son con frecuencia como el dorado que se coloca sobre la superficie de
un objeto de cobre y que no resiste a la piedra de toque. Un hombre
puede poseer cualidades reales que lo convierten, a los ojos de la
sociedad, en una persona de bien. Pero esas cualidades, aunque sean por
sí mismas un progreso, no siempre soportan ciertas pruebas, y basta en
ocasiones pulsar la nota del interés personal para que el fondo quede al
descubierto. El verdadero desinterés es tan raro en la Tierra que,
cuando se hace presente, se le admira como a algo extraño.
El
apego a las cosas materiales es un notorio signo de inferioridad, porque
cuanto más aferrado se halla el hombre a los bienes de este mundo tanto
menos comprende su destino. En cambio, por su desinterés prueba que
contempla el porvenir desde un punto de vista más elevado.
Alba Moses