Una conversación que puede dar respuesta a las personas que sienten, miran o perciben cosas que no todos sentimos.,.. cuando las puertas de lo no fisico atraviezan y logramos escucharlos o percibirlos....Los invito a leer.
Fue entonces cuando el sonido chirriante correspondiente al frenazo de las ruedas de un auto, se dejó
oír con brusquedad en el final de la madrugada
de una noche tan inquietante como accidentada. Del coche subido en la acera,
descendió un hombre de mediana edad y estatura que vestía traje. Este se
acercó con rapidez a la figura tendida de Marcelo. y tras examinar la zona afectada del chico y medir su pulso, extrajo un
teléfono de su chaqueta y marcó un número.
- Buenas noches – saludó el
desconocido. Soy el doctor Santos:
tengo una urgencia en la calle Central. En cuanto puedan, envíen una ambulancia a la altura del número 220.
Permanezco a la espera en el lugar de los hechos. Gracias.
Aquel individuo que se identificó
como médico se dirigió a su vehículo
y sacó de su interior un maletín con utensilios sanitarios para atender en
primera instancia al joven que permanecía inconsciente sobre el pavimento. En
breve, dispuso un vendaje compresivo que detuvo la hemorragia que afectaba a Marcelo.
- ¡Eh, chico! ¿Qué fue lo que te
ocurrió? – preguntó el sujeto.
João que estaba a escasa distancia
del suceso, entendió que el doctor intentaba reanimar a su compañero, al pretender entablar conversación con el
mismo, de modo que recuperara la conciencia.
- Pero muchacho, ¿no me oíste? Te lo
pregunto a ti. ¿Qué te sucedió en la cabeza?
Menudo golpetazo, debió ser terrible. ¿No es así?
Cuando nuestro protagonista comprobó
que era a él a quien le hablaba el hombre, se quedó como paralizado tanto por
el temor como por la sorpresa total
que aquel fenómeno extraño le supuso. No podía entender cómo un ser de “carne” podía haberle reconocido allí en
la oscuridad de la calle. Sin embargo, la larga sonrisa que le dirigió el
médico le ayudó a tranquilizarse para lograr balbucear entre titubeos:
- ¿Está usted hablando conmigo,
señor?
- Pues claro, chaval. No hay nadie
más aquí que nos pueda escuchar ahora. No creerás que he perdido la razón ¿verdad? Simplemente te
hablo porque puedo verte y escucharte.
- Pero, pero… ¿cómo es esto? El
general Gonçalves no me comentó nada
al respecto. ¿Será posible? – se dijo a sí mismo en voz baja el joven.
- ¿El general? ¿Qué general? ¿A
quién te refieres? Por cierto ¿cómo es tu nombre?
- Me llamo João, señor. Y…bueno, me acordaba de un amigo al que conocí no hace
mucho y que está muerto, quiero decir tan muerto como yo. ¡Uf, qué lío, lo
siento, estoy muy nervioso!
- Tranquilo, João. No te sorprendas.
Me presentaré: soy el doctor
Humberto Santos, a tu servicio. Trabajo en el departamento de urgencias del Hospital Central que está
por esta zona. Estoy acostumbrado a tratar con seres como tú. Por supuesto que ya sé que no estás
muerto. Tan solo te desprendiste de tu envoltura
carnal. Entiendo tu situación. Te lo repito: puedes sincerarte conmigo y estar
tranquilo. Para mí, tu dimensión es tan familiar
como la mía. Nunca he vivido en uno solo de los planos sino en ambos, el físico
y el espiritual. Eso me permite actuar
en los dos frentes, como por ejemplo sobre este chico herido pero también sobre
gente como tú. Pero, respóndeme ¿qué te pasó en la cabeza?
- Ah, sí, doctor, disculpe por no
haberme explicado. Al parecer, fui atropellado y el impacto debió ser tan terrible que al caer al suelo me golpeé y me
hice esta herida. Creo que eso fue lo que causó mi muerte.
- Pues sí, seguro. A ver, es muy
profunda y está todavía abierta. Caramba, vaya choque que te diste con el asfalto – comentó el galeno mientras miraba
con atención la testa de nuestro personaje.
- La verdad es que yo no me enteré y
continué haciendo lo que habitualmente realizaba. No sentí dolor ni me di
cuenta de que me moría.
- Ya, es muy frecuente – aseveró Humberto. En trances tan sorpresivos y violentos es muy
típico que el sujeto no asuma su
nueva situación hasta pasado un tiempo, o mucho, según las circunstancias. En
tu caso ¿cómo tomaste conciencia de
lo ocurrido?
- Pues verá, señor, un militar se me
apareció y me explicó mi “nueva” situación. Gracias a él, supe que había fallecido, quiero decir que seguía vivo,
pero de una forma diferente.
- Ah, sí. Ese personaje que
mencionaste antes. ¿No es así?
- Así es, señor. El general
Gonçalves.
- Ya, entiendo. Una cosa chico, va a
llegar la ambulancia de un momento a otro para trasladar a este joven al
hospital. ¿Le conoces?
- Sí, por supuesto, se llama
Marcelo. Unos desalmados le robaron y al escapar, uno de ellos le clavó su navaja en la pierna. Pero
dígame, por favor, ¿se morirá? ¿Sobrevivirá? No podría soportar que terminara como yo.
- Ah, tranquilo, saldrá de esta. Lo
que ocurre es que ha perdido bastante sangre. Uf, huele mucho a alcohol. Debía estar
bastante borracho. Oye, hablas de él con gran preocupación ¿sientes mucho afecto por él? ¿Era tu amigo en vida?
- Ah, don Humberto, sería una larga historia de contar pero sí, era mi
amigo y compañero de infancia y lo sigue siendo, por supuesto. El que yo esté
en esta situación no puede destruir los lazos
de amistad ¿no es cierto doctor?
- Desde luego, João. Hay aspectos
que ni siquiera la muerte física puede romper.
Cálmate, tu amigo se recuperará; ahora tan solo necesita cerrar la herida,
reposar y olvidar esta experiencia tan traumática. Podría haber sido peor si el
tajo le hubiera alcanzado la arteria femoral.
Con esta gente tan violenta nunca se sabe. ¡Dios mío, qué ciudad esta!
- ¡Mire, señor! Allí viene la
ambulancia.
Humberto
habló unos segundos con la doctora Silvia, la cual mandaba el equipo sanitario
que había acudido a evacuar a
Marcelo. Le dio las novedades del caso y le indicó que ya se preocuparía por el
estado del chico cuando retornara a su puesto de trabajo. Una vez introducido
el herido en el vehículo, este giró en sentido contrario para dirigirse al
hospital. Humberto y João quedaron a solas.
-
Bueno, chaval, tengo que irme a descansar.
Estaba de camino a casa. Mi turno de guardia acaba de terminar y lo mejor ahora
es dormir. Ya ves que las urgencias
no solo se producen en los hospitales; bien sea en la calle o en cualquier otro
lugar, puedes toparte con este tipo de coyunturas difíciles que exigen una rápida
respuesta.
-
Pero señor – expuso el joven en tono de alarma, usted no me puede abandonar.
Todo lo que ha sucedido hoy me ha llenado de confusión, me hallo desorientado, no sé dónde ir ni qué hacer. Necesito
tantas explicaciones, tantos buenos consejos.
Le suplico que me ayude, por favor.
-
Chico, tengo por costumbre no recibir
a espíritus en mi casa. Mi domicilio debe permanecer al margen de ciertas
interferencias. Es por respeto a mi mujer y mis hijos. ¿Lo comprendes? Es tan
solo una medida de prevención. De
todas formas y atendiendo a tus necesidades, aprovecharemos el viaje de regreso
hasta mi hogar para charlar. Eso sí, en cuanto lleguemos allí no podrás entrar
ni aunque lo intentes. La casa está “protegida”.
-
Lo sé, don Humberto. Una vez quise penetrar en un lugar como el suyo y no pude.
¿Fue por la misma razón?
-
Sí, claro, probablemente. Existen barreras
que ciertos espíritus no pueden traspasar. Es de lógica, su presencia perturbaría a los moradores que habitan
dentro.
-
Entiendo señor. Entonces ¿puedo subir en el auto con usted?
-
Tienes mi permiso. Recuerda, tan solo te atenderé
durante el desplazamiento.
-
De acuerdo, doctor, no sabe lo que se lo agradezco.
Una
vez acomodados los dos seres en el interior del vehículo, este arrancó y se
puso en marcha a ritmo tranquilo. El joven no pudo resistir la tentación de
realizarle una pregunta al médico.
-
Perdóneme si le resulto un entrometido pero desde el momento en que le conocí,
he deseado plantearle una cuestión.
-
Adelante, muchacho.
-
¿Cómo es posible que usted pueda comunicarse
conmigo, verme o escucharme? Todas las
personas con las que me he cruzado hasta ahora del plano físico me ignoraban por ese motivo. No sabe lo
que he sufrido por mi forzado aislamiento.
-
Te comprendo perfectamente. La incomunicación y por tanto, la soledad, son causas que generan
tristeza, da igual la dimensión en la que te muevas. Contestando al asunto que
planteas, desde pequeño tengo esa cualidad. Era un niño con apenas uso de razón
cuando ya podía contemplar a gente como tú y charlar con ellos.
-
Pero eso debe ser maravilloso – interrumpió João, poder contactar con las dos “caras” de la realidad. Supongo que el poseer
esa virtud debe aportarle una gran ventaja
sobre los demás.
-
Perdóname João, pero creo que desconoces en buena parte la esencia de lo que estás comentando. ¿Ventaja? ¿Virtud? Mira chico,
esto, como sucede con otros aspectos de la vida no es bueno o malo en sí mismo
sino que depende del uso que se
haga. Ser un “medianero” como me
ocurre a mí, implica una gran carga de responsabilidad.
Te diré algo aunque te asombres. Conozco a compañeros que han desarrollado esa
misma facultad y sin embargo, la maldicen.
-
¿Y cómo es eso?
-
Muy sencillo: por lo que te acabo de decir. No todos están preparados en la
existencia para asumir determinado tipo de compromisos.
Ni te imaginas la ingente labor que supone atender a tantos y tantos espíritus
que tan pronto como comprenden que puedes verlos o entenderlos, te inundan con peticiones para que les
ayudes, la mayoría de ellas irracionales o que no se pueden cumplir. Ignoran tu trabajo, tu familia, tu
tiempo libre, incluso tu intimidad. Después de todo, hay que ponerse en sus
puntos de vista pero te lo reitero, la gran cantidad de amparo que precisan
puede que supere tu paciencia para tratarlos. No es fácil, te lo aseguro,
requiere perfeccionar una gran disciplina
interior para dar a cada cuestión su tiempo y su lugar. De no ser así, uno
estaría en grave riesgo de enloquecer.
No hay que ir muy lejos, amigo, tu caso es un perfecto ejemplo de ello.
-
Sí, sí, es cierto, me hago cargo. Pero don Humberto, si usted no hubiera
hablado conmigo yo ni siquiera me hubiera dado cuenta de ello.
-
Ah, ya. No te preocupes. Estoy habituado
a estos escenarios, forman parte de mi vida cotidiana desde hace muchos años.
Es parte de mi misión. He aprendido a consolidar mi temple y a distribuir convenientemente mi tiempo de “trabajo”.
-
¿Misión, señor?
-
Claro, todos tenemos un mismo objetivo en la vida: progresar y progresar, aunque bien es cierto que existen múltiples
caminos que te conducen a esa evolución.
-
¿Progresar? Caramba, entonces ese trayecto se interrumpió bruscamente en mi existencia, porque morir tan joven te
quita las ganas de vivir y te sume en la mayor de las depresiones.
-
Ah ¿hablas de tu situación? No te confundas muchacho ¿acaso no sigues viviendo, es decir, pensando y
sintiendo como antes?
-
Si esto es vivir, doctor, entonces prefiero no existir ni sentir.
-
Venga, João, no seas tan pesimista y catastrófico. No puedes analizar
estas cuestiones desde el estómago de tus emociones. Queramos o no, la
existencia
prosigue en todas sus líneas y tú no puedes impedirla o cortarla porque está sometida a las leyes divinas.
-
Pues, con todos los respetos, señor, esas disposiciones a mí me han fastidiado. Por un
lado, me han impedido seguir estudiando
y disfrutar de los mejores años de mi juventud. Por otro, me han separado de mis dos mayores tesoros:
Zilda, mi madre y mi querida Elisa, por la que suspiraba.
-
Sí, debe ser duro para ti. Entiendo lo de tu mamá pero no acabo de descifrar bien tu obsesión por esa
chica. Has de tener en cuenta un aspecto: para que una relación funcione, debe
haber mutuo amor entre las partes.
¿No crees?
-
Sí, claro, por supuesto…pero…un momento ¿cómo sabe usted algo sobre Elisa o
nuestra relación? ¿Acaso la conoce,
la ha visto, ha podido hablar con ella?
-
Ah, no. No la conozco de nada. Pero se me olvidaba. Te presento al hermano José, honorable doctor en su último
paso por este planeta, eminencia
médica y tutor mío. Me acompaña
desde mi más tierna infancia. Es el mejor amigo que tengo y mantengo con él
unos lazos afectivos difíciles de explicar. Por resumirlo: sin él, sin su
presencia y sus enseñanzas, mi vida no tendría sentido.
-
Oiga, un momento, no pretendo desmentir su afirmación pero es que no veo a nadie por ninguna parte – exclamó el
joven entre sorprendido y asustado.
-
Ah, sí, qué descuido por mi parte. Viaja en el asiento de atrás. Normalmente se
sitúa a mi derecha pero esta vez ha tenido la gentileza de cederte el sitio
para que hablaras conmigo con mayor comodidad. Discúlpame, pero no puedes verle
porque no te hallas preparado aún,
tus órganos no están todavía dispuestos para distinguir a un ser tan luminoso…
-
¡Ay, Dios mío! Algo me ha rozado la
cabeza – gritó João con inquietud.
-
¡Venga chico, no te alarmes! – proclamó Humberto, tan solo te ha acariciado para
darte la bienvenida amistosamente.
-
Uf, qué alivio, señor. Ya entiendo, este ser es el que le ha dicho antes algo
sobre Elisa.
-
Muy bien, chaval, compruebo que te das cuenta de las cosas con prontitud.
-
Y el hermano José ¿puede saber tanto
sobre mí?
-
Ja, ja, ja…has estado gracioso, amigo. La verdad es que resultas transparente para él porque tus
pensamientos se proyectan como si fueran imágenes en una pantalla y él puede
verlas. Es solo eso.
-
Caramba, pero eso no está muy bien que digamos…es como si no pudiera guardar mis secretos a salvo, como permanecer desnudo...
-
Sí, desde luego, pero no debes
intranquilizarte. La altura moral de José es tan evidente que nunca
haría un uso perverso de toda la
información a la que puede acceder. Siempre la emplea con vistas al bien, para auxiliar, nunca para
entorpecer o sacar beneficio propio.
-
¿Tan bueno es ese hombre?
-
Sin duda; para que lo entiendas, cumple las funciones de maestro espiritual. No creas que todos los espíritus pueden ejercer
tan alta labor en tu dimensión. Hacen falta muchos méritos, un gran caudal de conocimientos y un nivel ético muy por
encima de la media correspondiente a este mundo en el que nos desenvolvemos.
-
Pero ¿cómo puede él desempeñar su
labor en lo físico si pertenece a mi mismo plano?
-
Claro que sí. Todos podemos trabajar
nos hallemos donde nos hallemos. Él por supuesto lo hace en su dimensión y me utiliza
a mí como instrumento para operar en
el mundo material.
-
Creo que empiezo a situarme en su perspectiva,
don Humberto. Hace unos segundos no lograba distinguir su enorme
responsabilidad en el día a día. Usted debe atender a su familia, a sus asuntos en el hospital, a sus pacientes
y por si fuera poco, a todos los espíritus con los que contacta.
-
Pues sí, João. Reconozco que no es labor fácil. Pero hace ya bastante tiempo
que definí mi propósito en esta
existencia. No te niego que a veces resulta agotador pero tengo una perfecta
conciencia de que mi doctorado no se limita tan solo a las paredes que
encierran la estructura del hospital o del quirófano, sino también a otros aspectos más amplios como es el caso de
todos los espíritus desorientados que precisan de asistencia.
…continuará…
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