El Siglo XVII se significa por ser un notable momento cultural y científico, cuando hombres y mujeres como Hobbes, Locke, Lord Bacon… han resuelto cambiar la estructura de la ciencia empírica separándola así de la intolerancia religiosa. Hasta aquel momento, la cultura estaba detenida en las pasiones clericales y la ortodoxia religiosa administraba el conocimiento internacional.
Lord Bacon tuvo la oportunidad de afirmar que «una filosofía superficial induce el pensamiento humano al materialismo, mientras que una filosofía profunda conduce al hombre a la verdadera religiosidad». Posteriormente, casi 300 años después, otro pensador francés tendrá ocasión de afirmar: «Brindarnos con una religión científica y nosotros nos doblegaremos ante su realidad».
Es en ese periodo que la cultura humana conoce a Blaise Pascal. Cuando era un niño, a los cuatro años de edad, revela un conocimiento transpersonal, porque con esa edad, en la habitación donde vivía, logró interpretar hasta la trigésima cuarta proposición de Euclides, sin maestros y sin libros, produciendo en su padre, un gran matemático, una sorpresa fantástica ¿Cómo era posible que un niño de cuatro año supiese tanto de matemáticas griegas? Porque, indudablemente, era la reencarnación de aquél que propuso estas ecuaciones matemáticas, y nunca habían sido solucionadas.
Hacía poco, Nicolás Copérnico presentaba su obra sobre el heliocentrismo, tenía cuidado con la Inquisición y afirmaba en el prefacio de esa obra extraordinaria: «He tenido un sueño, he imaginado que hay una probabilidad remota de que no sea la Tierra el centro del Universo, supongo que, por cierto, y esto es un sueño, habrá otra explicación. El Sol no sería tampoco el centro del Universo, sino el centro de nuestro sistema alrededor del cual gravitarían los planetas, los cometas, los satélites». Y la obra de Nicolás Copérnico marca el momento en que la ciencia diverge de la religión, que afirmaba que la Tierra era el punto central del cosmos, y Jerusalén el punto central de la Tierra. Se afirmaba, como si fuera ciencia, que si se saliera de Jerusalén y se marchara en una dirección se caería en el abismo, y en ese abismo la vida sería destrozada por los gigantes, por los monstruos. Cuando, con el viaje de circunvalación de Vasco de Gama, en Portugal se pudo probar que saliendo de un punto y viajando siempre en la misma dirección se retornaría al mismo punto, se vino a destruir esa teoría, demostrando que la Tierra era esférica, tenía la forma de una manzana.
A partir de ahí, el gran pensamiento de Galileo Galilei que, con un telescopio doméstico, mirando a las estrellas, se daba cuenta de que Nicolás Copérnico tenía razón, no era la Tierra inmóvil como afirmaba la Biblia, como afirmaba la religión. La Tierra se movía, pero no solamente la Tierra alrededor del Sol, sino también el Sol y todos los astros alrededor de otra estrella más poderosa. Era la primera vez que se intuía la formación de una galaxia, la grandiosidad del cosmos, la infinitud del Universo. Posteriormente, Tycho Brahe tendrá la oportunidad de afirmarlo por medio de demostraciones de laboratorio. Es entonces cuando Sir Isaac Newton irá a demostrar que este universo no está sustentado por la mano de Dios, sino por una ley, la Ley de Gravitación universal. Con la caída de una manzana, él tuvo la idea perfecta de que: cuanto más pesado es el cuerpo, más corta es la caída. La ley de la gravitación universal es un salto extraordinario en la ciencia para encaminar el pensamiento en dirección al infinito. Y el siglo XVIII comienza con la Enciclopedia, Voltaire y los grandes pensadores filosóficos, al lado de ellos,
Montesquieu, Diderot, predicando un cambio total en la cultura sociológica y al mismo tiempo filosófica.
Estaba en boga el pensamiento de Sócrates y de Platón. En ese momento los revolucionarios de 1789 embisten en beneficio de los derechos humanos, en contra del derecho divino de los reyes, ¿por qué ese privilegio? Todos nosotros somos divinidades enclaustradas en la materia. Es el momento cuando en el día 21 de noviembre de 1793, en la catedral de Nôtre Dame, Pierre-Gaspar Chaumette, desde el púlpito de la iglesia ante 15.000 personas declara: «No necesitamos de Dios, nuestros dioses ahora son la Ciencia y la Razón». Comienza el materialismo revolucionario de Francia, en que todos los nombres religiosos tienen que ser apagados. Lentamente viene la destrucción de los ideales de fraternidad, de libertad, de igualdad, pero la divinidad vigila y en el día 2 de diciembre de 1804, después de haber firmado un Concordato con el Vaticano, Napoleón Bonaparte trae de vuelta a Dios a Francia.
Es curioso el atrevimiento del ser humano, había expulsado a Dios por el discurso de un revolucionario, y ahora un dictador traía a Dios de vuelta por intermedio de un decreto. Pero en ese momento, dos meses antes, está reencarnándose en Francia, en la ciudad de Lyon, el gran Espíritu que en el pasado había dedicado su vida a la vitalización de un cristianismo puro sin la teología, sin las manifestaciones ceremoniales, sin las supercherías, que había sido Jan Huss de Checoslovaquia, particularmente de su capital, de Praga. Este hombre que fue asesinado por el concilio de Constanza, se cuenta que cuando estaba siendo quemado decía: «Vosotros, hoy, quemáis el pato», porque “huss” en checo significa pato, «pero un día vendrá un cisne que volará tan alto que vuestras llamaradas no lo alcanzarán». Estaba llegando ahora a la Tierra Jean Huss que recibió el nombre de Hippolyte Léon Denizard Rivail. Dos meses antes, cuando el periodo napoleónico llegaba a su esplendor, se reencarnaba el futuro misionero de Jesús: Allan Kardec.
Después de la muerte de Schopenhauer, Alemania nos propicia la presencia de otro muchacho muy infeliz, porque era hijo de un pastor luterano y a la vez su madre era muy beata, vivía mucho en la iglesia; y él fue a estudiar teología y al hacerlo detestó la religión. El sentimiento de religiosidad para este muchacho, Friedrich Nietzsche, no tenía ningún sentido, porque la vida para él era de depresión. Experimentaba trastornos de conducta, pero era genial; su pensamiento filosófico era contrario a Hegel. Porque la vida dentro de la tradición cristiana, conforme es presentada por las doctrinas ortodoxas, no tenía sentido ninguno, era miserable, era triste, hasta que enloquece totalmente. El pensamiento de Hegel y de Kant con la razón pura, son dejados atrás.Cuando entonces, en Noruega, surge otro notable pensador: Kierkegaard. Kierkegaard tendrá necesidad de decir que la religión organizada, la religión tradicional es una farsa; el verdadero cristianismo no está en la iglesia, y él era un sacerdote. El verdadero cristianismo está en la práctica del bien y en la necesidad del ser humano de amar, amar al prójimo; cambiar completamente los ceremoniales, las presentaciones culturales, artísticas, formales, del mundo, para que se pueda hacer un viaje íntimo en dirección a la divinidad.
El siglo XIX se caracteriza a la vez por otro filósofo que propone un cambio, este filósofo es Auguste Comte, que irá a establecer que la humanidad no necesita de una religión formal; tampoco necesita del materialismo total, del materialismo histórico. Propone otra forma de vivir, una filosofía de vida, una filosofía saludable que se llamará la Filosofía o Religión de la Humanidad, el Positivismo. Solamente creemos en aquello que podamos demostrar, solamente aceptamos aquello que constituya una prueba material. Entonces, es mejor no creer y practicar el bien, que creer y no tener una vida de ciudadano. Él proponía a sus discípulos una correcta visión del Universo, la visión ética de principios morales establecidos en la base, no de una doctrina religiosa, sino de aquello que era el bien. Y es esa doctrina fascinante que un día irá a atraer al profesor Hippolyte Denizard Rivail que, después de haber concluido su curso en una ciudad de Suiza, Yverdun, con el maestro Pestalozzi, retorna a Francia para aplicar el método pestalozziano a la educación.
Pasan los años, la doctrina establecida por el positivismo gana las academias, surgen otros pensadores menos importantes. Cuando entonces, en el día 31 de marzo de 1848, en Londres, es presentado el manifiesto comunista. Karl Marx que es por encima de todo un financiero, un economista, sueña con una sociedad igualitaria donde todos tienen trabajo, donde todos tienen placeres, donde todos tienen hospital, escuela, derechos humanos. La propuesta de Karl Marx al presentar el manifiesto comunista a las 10 horas de la mañana en Londres produce una gran conmoción cuando él dice: «La religión es el opio de las masas». Eso fue un duro golpe para las religiones, y ¿por qué lo dijo? Porque las religiones decían a los campesinos, al pueblo, temed a vuestros patronos, respetadlos, porque después de que muráis, llegaréis al mundo espiritual, donde encontraréis el Cielo y vuestros patronos irán a los infiernos. Y esto es opio, porque cuando se muere un rico se celebra un acto litúrgico perdonándolo de todos los pecados, el primer día de cuerpo presente, el primer mes, el primer año. Y los ricos compran el reino de los cielos con las monedas miserables del sudor de los pobres. Era por lo tanto una propuesta muy justa, este tipo de religión es un opio que engaña y elude.
Pero esa noche, al otro lado del Atlántico, en un lugarcito llamado Hydesville, una familia fundamentalista, metodista, no logra dormirse porque hay ruidos, raps, sonidos y comienzan las comunicaciones espirituales en la casa de la familia Fox. Las dos hermanitas comienzan a hablar con los muertos, a hacerles preguntas, y esos fenómenos toman cuenta de América, abandonan América, viajan hacia Inglaterra, atraviesan el Canal de La Mancha y vienen a situarse en París. París es la ciudad del placer, es la capital de las luces, se dice que una idea surge por la mañana, se queda vieja al mediodía y muere al atardecer. Empero, las mesas hablantes giratorias, las mesitas con las que se puede comunicar con el más allá, continúan hasta el último martes de mayo de 1855, cuando el profesor Rivail, en la casa de Mme. de Plainemaison, observa la mesita. Aquello que era una curiosidad, impresiona a este científico, frío investigador, profundo conocedor del alma humana; es maestro dedicado a crear la nueva experiencia humana. Y él pregunta: «¿Cómo es posible que una mesita que no posee cerebro ni nervios pueda pensar?»; y en ese momento la mesita le contesta: «No, no es la mesita la que piensa, somos nosotros, las almas de aquellos que hemos vivido en la Tierra». Comienza entonces el momento de la fenomenología racional. Cuando Allan Kardec, seudónimo que utiliza después de recibir una información de un Espíritu querido, Céfilo, que lo había conocido 20 siglos antes, 100 años antes de Jesús, cuando Julio Cesar invade las Galias y entonces Vercingétorix se enfrenta a Julio Cesar, había un sacerdote druida, de nombre Allan Kardec, que creía en la reencarnación. Y con ese seudónimo, el profesor Rivail irá a presentar al mundo la más extraordinaria obra de filosofía que es: El Libro de los Espíritus. Este libro extraordinario, en su segunda edición presenta 1019 preguntas filosóficas, morales, científicas, respecto al ser, al destino y al dolor que, posteriormente, Léon Denis irá a colocar en una obra máxima para explicar quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde marchamos, cuál es la razón del dolor.
Todos nosotros nos preguntamos ¿por qué yo?, y cuando viene la muerte ¿por qué en mi casa? Olvidándonos que cada minuto de nuestra vida mueren 7000 personas, y que un día la muerte llegará a nuestro hogar llevándose un ser querido, dejándonos interrogantes dolorosos. Será Léon Denis quien nos dirá en su extraordinario libro respecto a la muerte: «He visto pasar las ciudades griegas, toda la cultura cubierta de las arenas del desierto, los árboles donde están grabadas las palabras de amor, he visto las tumbas reventadas, todo el silencio de la muerte, toda la muerte ha devorado en su continuo incesante devorar». Pero no hay momento más doloroso en la vida que cuando se ve un ser querido sobre el mármol de la muerte, los ojos que brillaban se apagaron, la voz que enunciaba palabras deliciosas, los latidos del corazón desaparecen, quién no ha preguntado: ¿Y ahora qué sucede? Y León Denis, ese poeta fantástico de Tours, Francia, ira a decir: «Tened alegría, porque ese ser continúa vivo, después de la muerte volverá a sentir, volverá a amar; deja la materia pero no abandona la vida, volverá a hablar a tu corazón, dará noticias personales. Alégrate porque la muerte nada más es que un cambio de vibración, es un cambio de una actitud a otra, alégrate porque los muertos viven». Esto lo dirá en Después de la muerte.
Todo el tesoro histórico de la filosofía universal desde los antiguos egipcios, los caldeos, babilonios, griegos, romanos, hasta las culturas contemporáneas, desfilan por el lapicero mágico de Léon Denis, hablándonos de una filosofía espectacular, la filosofía socrático-platónica, la filosofía del idealismo de Sócrates, la filosofía de la ética moral de Platón, la filosofía que será encontrada posteriormente en el cantor de la Galilea, ese hombre tan extraordinario que ha dividido la historia, como ha escrito un notable mortal de la Academia Francesa de Letras al decir que Jesús fue tan grande que no cupo en la historia de la humanidad. Y, gracias a su cuna, la humanidad cuenta los hechos antes y después de él. Este hombre, Jesús, ha revolucionado así la Tierra, porque en un determinado momento: ¿Quién era el victorioso? Aquél que mataba ¿Quién era un héroe? Aquel que destruía vidas ¿Quién era el poderoso? Aquel que mataba. Y entonces Jesús viene e invierte la ética, cambia completamente el pensamiento sociológico, el pensamiento filosófico y el pensamiento científico. Porque el ser humano no nació con la fatalidad para la desgracia, el ser humano nació para la fatalidad de la plenitud como dirá, 19 siglos después, el extraordinario Carl Gustav Jung, al decir que una vida que no tiene sentido psicológico es una vida vacía. Todos nosotros necesitamos del sentido psicológico para vivir, de tener un significado. ¿Cuál es el significado de mi vida? El Espiritismo viene con su filosofía ética, estética y moral, repitiendo las lecciones de Jesús y nos dice que el ideal psicológico de la vida es amar. Porque el que ama es feliz y quien quiere ser amado es un niño psicológico.
Jesús viene y en una montaña cualquiera predica esta revolución: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque conseguirán el reino de los cielos». Yo me pongo a imaginar que visité el lugar donde realizó ese sermón de las bienaventuranzas; es un lugar inmenso enfrente del Mar de Galilea, pero no era un llano, era un monte con sus momentos tranquilos, con sus momentos ásperos, y casi 5000 personas, sin altavoces, ¿cómo sería posible que aquel hombre, poniéndose de pie mirando a la muchedumbre comenzara a hablar y todos lo escucharan? Porque el maestro no hablaba como nosotros, solamente con las palabras, irradiaba su fuerza moral, irradiaba su encantamiento y al abrir la boca todos mirándolo eran magnetizados por su suave voz y oían en el lenguaje del corazón. Y ¿quiénes son los pobres de espíritu? En un mundo tan rico de espíritus pobres, de personas que poseen cosas y son esclavas de la pose poseedora, en un mundo donde los valores son adquiridos por la ignorancia, por la perversidad, por la sordidez, por la incapacidad de mantenerse con dignidad… Miramos a los 10 hombres más ricos del mundo de la lista Forbes y no los envidiamos, porque inevitablemente llega el momento de tedio, poseen el mundo, pero raramente poseen el amor; poseen la Tierra pero no poseen paz y se entregan al alcohol, al tabaquismo, a la drogadicción, a los placeres sexuales hasta la extenuación. ¿Será ese el sentido de la vida? El ser que piensa, además de dormir, de comer, de practicar sexo, tiene ideales, los ideales de construir un mundo mejor: más bello, más rico, más lleno de vida, un mundo de bellezas, como escribió Dostoievski. Este mundo donde podamos mirar el amanecer del Sol, un atardecer, a ese niño que sonríe, a un anciano que medita, a un sufriente que se despide de la vida.
«Bienaventurados los puros de sentimiento, aquellos que tienen hambre de verdad, que tienen sed de justicia». Nunca como en estos días hemos tenido tanta sed de verdad, somos engañados; nos mienten, la prensa, los políticos, los padres, los hijos, vivimos en un mundo de ilusión, de mentira, de diplomacia. Pero la verdad está dentro de nosotros, es necesario viajar hacia nuestro interior, como propone Carl Gustav Jung, hacer un viaje para autoiluminarse. «El reino de los cielos está dentro de vosotros». Es necesario hacer ese viaje para encontrar la paz, pero ¿qué paz?, la paz me la doy yo como solamente yo la puedo dar, que es la paz de conciencia, la paz de los pensamientos, la paz de la conducta recta. Constancio Vigil, el gran filósofo americano, dijo que joven no es aquel que tiene un cuerpo juvenil, sino aquel que puede mirar hacia atrás y no tener vergüenza de sus actos en cualquier edad. Porque podemos tener 80 años y ser jóvenes, no tenemos vergüenza de nuestra conducta. Y podremos tener 15 años y una conducta vergonzosa, crápula, vulgar, sin dignidad. Entonces somos viejos porque cargamos la culpa, esa culpa psicológica de la cual nadie consigue huir porque está impregnada en el alma y lleva a la depresión, al trastorno del pánico, a trastornos más graves como el Alzheimer, el Parkinson, estados degenerativos. Porque el ser que somos, el self, somatiza en el ego, en el soma, en el cuerpo, nuestros conflictos y también nuestras acciones culturales. Entonces, ese extraordinario Maestro enseña con el ejemplo: Mirad a los lirios del campo, a los pájaros del cielo, cuánta belleza de Dostoievski.
«Bienaventurados aquellos que tienen sed de verdad », esa verdad que el Espiritismo nos ofrece con una filosofía optimista, una filosofía rica de belleza, una filosofía de paz, una filosofía ética, no hacer a otro aquello que no quiero me hagan. Meditando profundamente me di cuenta que el Maestro vive en toda la historia de sus enseñanzas, y solamente una vez nos hace un pedido, un solo pedido en los tres años de su vida pública y ese pedido es «Que os améis los unos a los otros y que no hagáis a otro aquello que no queréis que os hagan a vosotros». Entonces ese pedido del Maestro está en la doctrina espírita. Cuando Allan Kardec, bajo la inspiración de los seres angélicos en nombre de Jesús, establece «Fuera de la caridad, no hay salvación», ¿Qué es la caridad? La caridad es confundida con la limosna y el apóstol Pablo en su epístola a los corintios habla de la caridad. Los teólogos después del Espiritismo cambiaron en el texto de la carta de Pablo la palabra caridad por amor. Cuando ahí está el mensaje del amor poco importa, amor y caridad se funden porque para que haya caridad, la verdadera caridad, es necesario que haya amor. Cuando no hay amor hacemos filantropía, hacemos humanismo, humanitarismo, pero cuando hay amor nuestros actos son de caridad. La caridad del ejemplo es el alma del Espiritismo. Por más que conozcamos científicamente la doctrina, como dijo Salvador, este Alfred Russel Wallace, el hombre extraordinario que fue compañero de Charles Darwin, que llegó a las mismas conclusiones de Darwin sobre el Evolucionismo, era espiritista y decía: «Yo era materialista tan convencido y tan completo que en mi imaginación no había lugar para la existencia espiritual,pero los hechos son imperiosos, los hechos me hicieron espírita». Y él renunció a presentar su teoría evolucionista en beneficio de Charles Darwin, que era más viejo que él. Entonces el Espiritismo nos regala el hecho, la prueba fundamental de la inmortalidad de la vida. Pero esto no basta, es necesario que de esto resulte una filosofía de comportamiento. Si tengo la seguridad que viviré, es necesario que yo me prepare para continuar viviendo. Si tengo esperanza en la vejez, ¿qué hago? me preparo la economía, hago depósitos bancarios, me cuido de la enfermedad, intento hacer un programa para la salud, procuro vivir de una manera agradable para que mi vejez sea saludable. Si creemos en la inmortalidad del alma, es necesario que tengamos la dulzura de comprender el sentido, el significado de la vida. Y quien lo hizo fue Allan Kardec, explicándonos que todo efecto proviene de una causa, es una ley de la física, y todo lo que nos sucede tiene una causa anterior, pero como no podemos retroceder para pagar la causa, podemos sembrar para cosechar más tarde. Qué maravilloso es poder sembrar hoy para cosechar más tarde.
Me recuerdo de mi madre, que era una mujer analfabeta, y como vivíamos en casas de alquiler siempre que llegábamos a una casa, mi madre plantaba árboles, palos de mango, y un día una vecina le preguntó: «Doña Ana, ¿por qué está plantando en un patio que no es suyo, un árbol que solamente dará fruto dentro diez años, cuando quizás usted ya no esté aquí?» y ella contestó, entonces yo era un niño, y eso me llamó la atención y me puse a reír por la belleza de su contestación: «Señora, yo no siembro para cosechar, los egoístas siembran para recoger inmediatamente, los hombres sabios plantan árboles para el porvenir y los hombres santos plantan vidas para la eternidad. Yo planto el árbol para que aquel que venga después pueda bendecir las manos que un día plantaron ese árbol para que le brinde flores, frutos, leño y sombra. Porque el árbol que estoy disfrutando no fui yo quien lo plantó, lo encontré, entonces hago lo mismo para aquellos que vendrán después». La Ley de Causa y Efecto: quizás ella misma estará retornando y estará habitando aquella casa en otra reencarnación; cambiamos de traje, de cuerpo, para que la vida continúe. Entonces, es necesario sembrar. La reencarnación es la respuesta al tremendo interrogante que un día atormentaba a Edipo, camino de Tebas, cuando la Esfinge le preguntó a este muchacho que tenía un destino fatídico o fatal: «¿Quién es el que por la mañana camina a cuatro patas, al mediodía camina a dos patas y al atardecer camina a tres patas?» y Edipo le dijo: «Es el ser humano. En la niñez se arrastra, después camina y por fin utiliza un bastón». Y la Esfinge se tiró al mar, haciendo antes una profecía, que él se casaría con la madre, tendría hijos con ella y sería muy feliz. Esa tragedia, fue utilizada más tarde por Freud, que tendrá oportunidad de decir que la religión es una neurosis colectiva, esa religión de fanáticos, de personas creyentes, ingenuas, de apariencias.
Respetamos a todos y respetamos también a aquellos que no tienen religión. Para nosotros no es importante el rótulo, es importante la conducta. Yo prefiero personalmente al materialista honorable a un espiritista indigno, porque ese materialista es un hombre de bien; y cuando Allan Kardec define al hombre de bien como un hombre bueno, tenemos la certeza de que ese es espiritista sin saberlo, porque posee todas sus características y su materialismo es una reacción a las doctrinas ortodoxas de un Dios antropomórfico. De esa forma, con las comunicaciones espirituales, qué maravilloso es tener una filosofía de vida. Cuando yo era joven, de lo cual no hace mucho tiempo, tuve una visión psíquica, y en esa visión psíquica el ser me decía «Tú serás educador, es lo que harás de tu vida, dedicarás tu vida a la enseñanza, a la enseñanza infantil, a la enseñanza de adultos». Y yo tuve la idea que era un sueño, pero era un desdoblamiento, y al retornar al cuerpo le dije a Nilson, pues viajábamos en ferrocarril, «Mira tuve uno de mis sueños» y le expliqué. Era La Mansión del Camino. Cuando hoy veo abrirse las puertas y entrar más de 3000 personas de una vez, niños que estaban en la miseria, niños comidos por las hormigas, niños cuyos padres drogadictos los maltratan, los matan, los hieren, mujeres embriagadas, estropeadas, yo digo, el reino de los cielos es de aquellos que sufren. Y entonces, el honor de haber sido llamado por Jesús, este hombre extraordinario, para auto-iluminarme, porque aquello que supongo hacer a los otros estoy haciéndolo a mí mismo; el bien que hacemos nos hace bien, el mal que practicamos nos hace mal.
¡Qué filosofía de vida! la filosofía del Espiritismo, esa certeza de que la vida es muy rica, es muy bella, es atrayente y nos induce a la abnegación, a la entrega total por el ideal de una humanidad mejor. Y en este XX Congreso Espírita, cuando nosotros estaremos estudiando esta filosofía gratificadora, notable, «el Espiritismo como filosofía de vida», no como una secta, una religión más, no como algo de vanidad, como algo para presentar nuestras vanidades científicas con nombres complicados que no dicen nada y no resultan en transformación moral, en este XX Congreso Espírita Nacional de España, tendremos la oportunidad de profundizar, de conocer los caminos, la metodología de la esperanza, la metodología de la felicidad, de poder transformar el mundo con nuestra transformación moral interior. Hoy se ha muerto Nelson Mandela, el icono más extraordinario en el siglo XXI porque vivió después de 27 años en la cárcel, 20 años en una aislada y 7 años en una cárcel normal, salió del odio, de la violencia para la paz. Se hizo pacífico, se hizo pacificador y deja su patria en las manos de sus coetáneos, de sus ciudadanos, pero ha cumplido su misión. ¿Por quién estará siendo recibido este hombre, por cierto? por Gandhi, por otros extraordinarios que lo aguardan en el más allá porque es el primer mártir, el icono, que no fue asesinado. Martin Luther King Junior y todos los héroes de la no violencia pagaron con la vida comenzando por Jesucristo, que fue el pacífico pacificador. Y Nelson Mandela comienza un nuevo historial de pacíficos que tienen una muerte pacificada; lo homenajeamos por todo lo que ha conseguido en nombre de la paz.La paz permanezca con nosotros, que tengamos el coraje de no reaccionar, el coraje de actuar. Que todos sepan que somos realmente espiritistas por nuestros actos, no por nuestras palabras. Que todos nos miren y perciban que somos diferentes para mejor en la conducta, que somos personas felices, tranquilas, que amamos a la vida, que disfrutamos porque el placer no es solamente sexual, hay el placer estético, el placer ético,el placer fraternal, ¿puede haber algo más maravilloso que encontrar a una persona querida, de poder sonreír y hablar de las bellezas del mundo espiritual, dialogar? Entonces, en ese momento muy grave, si nosotros no podemos ser un sol, que seamos por lo menos una luciérnaga
en la noche oscura para disminuir la amargura de aquel que camina en la oscuridad.
¡Oh, Señor Dios! Me gustaría ser semejante a una lluvia que cayera sobre la Tierra árida y la hiciera reverdecer en flores de todos los colores. Me gustaría ser semejante a un río caudaloso para atender la sed de los árboles, de los pájaros, de la humanidad, pero si no lo consigo, permíteme ser un vaso con agua fría para matar la sed, la agonía de alguien en soledad. Me gustaría ser la montaña altanera de donde se tuviera la visión de la Tierra entera para demostrar la grandiosidad de tu amor, pero si no lo consigo, te quiero pedir ser una piedra por donde anden aquellos héroes de la muchedumbre. Me gustaría ser un trigal para poder transformarme en panes para atender el hambre de la humanidad, pero si no lo consigo, déjame ser un grano que cayendo en el suelo se multiplique en panes y disminuya el hambre de toda a gente. Me gustaría ser una escalinata para llevar las personas por sus peldaños a las alturas, pero nada soy, déjame ser por lo menos el primer peldaño. Me gustaría ser poeta, orador, esteta, artista, para cantar la belleza, la magia, pero como nada soy, nada tengo, me quedo en el camino para cuando pase alguien por mi lado, yo le pueda preguntar «Hola amigo, ¿dónde vas?» y si él me contesta «¿Qué quieres de mí?» le diga «Soy tu hermano, dame la mano, soy tu amigo, iré contigo» y de lado a lado pueda decir ¡Gracias Señor! porque nací, ¡Gracias Señor! porque creo en ti, por tu amor, ¡Gracias Señor!