El
Espiritismo tomando su punto de partida en las mismas palabras de Cristo, como
Cristo tomó el suyo en las de Moisés, es una consecuencia directa de su
doctrina.
A
la vaga idea de la vida futura, añade la revelación de la existencia del mundo
invisible que nos rodea y puebla el espacio, y precisando así la creencia, le
da un cuerpo, una consistencia, una realidad en el pensamiento. Él define los
lazos que unen el alma al cuerpo, y levanta el velo que ocultaba a los hombres
los misterios del nacimiento y de la muerte. Por el Espiritismo el hombre sabe
de donde viene, a donde va, porqué está en la Tierra, porqué sufre en ella
temporalmente, y ve en todas partes la justicia de Dios. Sabe que el alma
progresa sin cesar a través de una serie de existencias sucesivas, hasta
adquirir el grado de perfección que pueda aproximarle a Dios.
Con
la reencarnación se destruyen las preocupaciones de razas y castas, puesto que
el mismo Espíritu puede renacer rico o pobre, gran señor o proletariado, libre
o esclavo, hombre o mujer. De todos los argumentos que se han invocado contra
la justicia de la servidumbre y de la esclavitud y contra la sujeción de la
mujer a la ley del más fuerte, no hay ninguno tan lógico como el hecho material
de la reencarnación. Si, pues, la reencarnación funda sobre una ley de la
naturaleza el principio de la fraternidad universal, funda también en la misma
ley el de la igualdad de derechos sociales y por consiguiente el de la libertad.
Los
hombres no nacen inferiores y subordinados sino por el cuerpo; por el Espíritu
son iguales y libres. De aquí el deber de tratar a los inferiores con bondad,
benevolencia y humildad, porque el que hoy es nuestro subordinado, puede haber
sido igual o superior nuestro, o quizá un pariente o un amigo, como también
nosotros a la vez podemos venir a ser subordinados de aquel que nosotros
mandamos.
Quitad
al hombre el Espíritu libre, independiente y sobreviviente al cuerpo, y haréis
de él una máquina organizada, sin objeto, sin responsabilidad, sin otro freno
que la ley civil, capaz de ser explotado, como un animal inteligente. No
esperando nada después de la muerte; si sufre, no tiene en perspectiva más que
la desesperación y la nada por refugio. Con la certeza del porvenir, con la de
volver a encontrar a los que ha amado, con el temor de hallar otra vez a los
que han ofendido, cambian completamente todas sus ideas. Si el Espiritismo no
hubiese hecho otra cosa que sacar al hombre de la duda sobre la vida futura, ya
habría hecho para su mejoramiento moral más que todas las leyes disciplinarias
que le detienen algunas veces, pero que no le modifican o transforman.
Haciendo
caso omiso de la preexistencia del alma, la doctrina del pecado original no
solamente es irreconciliable con la justicia de Dios, que haría responsables a
todos los hombres de la falta de uno solo; sino que sería un contrasentido, y
tanto menos justificable cuanto que el alma no existía en la época a que se
pretende hacer remontar su responsabilidad. Con la preexistencia y la
reencarnación, el hombre al renacer trae el germen de las pasadas
imperfecciones y de los defectos que aún no ha corregido, los cuales se
traducen por sus instintos nativos, y por sus propensiones para tal o cual vicio.
Aquí está su verdadero pecado original, cuyas consecuencias sufre naturalmente,
pero con la diferencia capital de que lleva la pena de sus propias faltas y no
de la falta cometida por otro; además, otra diferencia hay a la vez
consoladora, animadora y soberanamente equitativa, que consiste en que cada
existencia le ofrece los medios para redimirse por la reparación, y de
progresar ya sea despojándose de alguna imperfección, ya sea adquiriendo nuevos
conocimientos, y esto hasta que estando suficientemente purificado no tenga ya
necesidad de la vida corporal, pudiendo vivir exclusivamente de la vida
espiritual, eterna y bienaventurada.
Por
la misma razón el que ha progresado moralmente, trae al renacer, las cualidades
nativas, del mismo modo el que ha progresado intelectualmente tras las ideas
innatas de aquellos conocimientos; se identifica con el bien, lo practica sin
esfuerzo, sin cálculo y por decirlo así sin pensarlo. El que está obligado a
combatir sus malas tendencias, aún está en la lucha; el primero ha triunfado
ya; el segundo está en camino de hacerlo. Hay pues virtudes originales, como
hay saber original y pecado, o mejor, vicio original, es decir, inclinación,
disposición, tendencia natural.
Creemos
que estas consideraciones son dignas de ser estudiadas, y en nuestra humilde
opinión, nos parece que los hombres deberían fijarse más en estudiar su
presente, que no en averiguar quienes fueron sus antecesores.
Que
venimos de Dios no cabe duda, ¿Si Dios no fuera Dios, quién sería? La clara
prueba de que Dios existe; es que hay algunos hombres que lo niegan. En cuanto
al sistema de las causas finales, estamos conformes hasta cierto punto nada
más.
El
hombre, podrá ser el rey de la Tierra, la causa final de las especies orgánicas
de este planeta, pero no la última creación del Eterno.
Esos
mundos que en la noche silenciosa contemplamos en el espacio inmenso, y que
parece que nos hablan de Dios por medio de figuras cabalísticas, tienen
necesariamente que estar habitados, y muchos de ellos por humanidades más
adelantadas que la terrena, porque el hombre de la Tierra no puede ser la
última palabra de Dios, es completamente imposible: somos un compuesto de necio
orgullo, de ridícula vanidad, no sabemos definir a Dios y le damos nuestras
pasiones; no nos conocemos a nosotros mismos, y queremos conocer la causa
creadora; no en balde dice una antigua sentencia, que no hay nada tan atrevido
como la ignorancia.
AMALIA
DOMINGO SOLER de su libro (La Luz de la Verdad)
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